viernes, 30 de enero de 2009

Va de nudos (Parte II)

Ya de vuelta (de todo), mejorado el dominio de sí, me dirigo, de nuevo, con el ánimo de ser breve (como Pipino) y dar pábulo a una noticia que recorre los círculos de poder, los fácticos y los de hecho y, al fin, aclarar el misterio que rondaba las casas de todo bicho viviente y por vivir y que durante milenios ha permanecido oscuro cual mejunje de alquimista, siendo sólo unos pocos los elegidos para estudiar tan tremendo fenómeno, descubrir sus causas (las primeras y las últimas) y, sobre todo, sus consecuencias o, por mejor decir, sus fines. Átense los machos, los señores; las señoras, las hembras y los indefinidos o ambiguos, apriétense el cinturón que se avecina tormenta (y tormentos).
De aquellos nudos de los que hablé en la parte primera, nos queda un regusto a gremio, a judería antigua de orfebres y comerciantes, de puertos y ensenadas, y de líos que se deshacen, como se deshacen las margaritas, las jaras pringosas y las amapolas. De éstos que me preocupan (y al intentar desatarlos, me ocupan y me envenenan) son los nudos con vida propia, los autónomos hijosputa que incordian al más templado y corajudo. No hay tu tía... una vez hechos (a sí mismos) puede uno estudiar leyes físicas, cuánticas e ingenieras que no dará con el cabo resuelto. Este enigma que ha traído de cabeza a tantos (me incluyo) sabios y eruditos inútiles (perdidos y ensimismados, acabaron riéndose de los lazos de pajaritas, y los nudos de los troncos viejos, y de las velocidades de la naves sobre la mar gruesa...) Este enigma, insisto, ha sido, por fin aclarado, más bien declarado. Dios hizo acto de presencia en un mitin de IU (con LLamazares llorando por las esquinas, como debe ser, y Carrillo -de invitado, que conste- arrodillado ante tamaño engaño), apartó a empellones a los parroquianos y se subió (Él solito) al entarimado de los elocuentes oradores de la izquierda más temeraria y pronunció lo que sigue:

"Yo hago nudos imposibles, jodidos y a mala hostia, en mis ratos libres y porque me tenéis hasta los mismísimos atributos divinos. Y no me toquéis donde ya sabéis, porque a poco que sigáis haciendo el imbécil (y ya son siglos, so gilipollas), empiezo con los engranajes de las máquinas y, entonces, sí que no salís cuerdos ni con nudos ni sin ellos. Ah, se me olvidaba, la eternidad sigue en pie. Así que no os despistéis, mamarrachos desagradecidos".

Luego fuese por donde vino, a la francesa, y mirando de reojo (o fue un guiño, nunca se sabrá) a una comunista de muy buen ver que le dio la espalda por carca y retrógrado.

Va de nudos (Parte I)

Dejen por un momento lo que estaban haciendo. ¡No! Quiero decir que me presten atención (¡anda qué! Me-nudo vendedor soy de mi blog): piensen o, mejor, recuerden aquella vez en que dejaron unas cadenitas (de ésas del cuello) en una gaveta del escritorio o en un cajón o, mismamente, donde se suelen guardar estos abalorios, en un cofrecillo o joyero al uso. Pasadas unas horas, puede incluso que minutos, las cadenas salen anudadas de tal forma que necesitas llamar a un cerrajero para lograr devolverlas a su estado natural, bello y útil. Quien dice cadenas, dice cordones, cables, bramantes, sogas, hilos...
Son los nudos, amigos míos, pequeños diablillos, locos de atar que campan por sus respetos a la menor oportunidad que se les brinda (descuido o exceso de confianza del incauto "desencadenador"). Los hay marineros, hechos con soltura, gracia y esmero y arte, que algunos son como ponerlos en clave matemática (de hecho es un término que se usa habitualmente en esta ignara e ignota ciencia, incluso hay una teoría de suyo), con nombres muy guasones algunos, como el nudo de la abuelita, otros étnicos y con algo de mala leche (nudo cabeza de turco), los hay corredizos, de empalme, el calabrote (que es palabra quevediana) de gaza (fijos y que no deslizan, no como los que se lían en la zona maldita de Israel y que tan malas noticias traen y llevan, con sus muros de lamentaciones y muerte, sangre y fatalidad), el puño de mono, que hay que verlo para creerlo; están también los de corbata (y no me hagan bromas, que las conozco todas)... yo prefiero el Windsor (me lo enseñó el padre al cumplir los dieciocho, éste y aquel otro que utilizaba para las bolsas deshechables para que ocuparan menos en la basura de todos los días), pero los hay de fantasía o de lazo, como el Eduardo VII, el doble, el cruzado clásico o el Ascot de Seda... Otros los hacen los montañeros o montaraces andadores de cumbres, y, para no quedarse cortos, los médicos practican los nudos quirúrgicos con intención de sanar, los pescadores para sus artes y nasas, los pastores para su oficio trashumante... Y los escritores (escrivividores como yo) se hacen la picha un nudo hasta que logran decir lo que venían a decir. En fin, y disculpen, será por nudos. Toda una historia repleta de nudos (el gordiano sin ir más lejos, de hecho, está lejísimos) y nudillos (pero éstos son otra cosa y sangran al ser usados), menudos y menudillos, haberlos haylos, des-nudos (algunos dignos de versos, otros, mejor beber de las aguas del Leteo que ayudan a olvidar). Y, por último, qué me dicen del cordón umbilical (origen y vínculo, alimento o trasto de traseras de ciertas clínicas al uso y abuso) que en algunos fetos se les anuda e intrinca, haciendo más difícil el alumbramiento.
Nudos, benditos nudos, algunos antropólogos creen que son antes del hombre, pues la naturaleza, sabia, al fin, como suele decirse, ya los formaba con lianas y ramajes, y el pelo del animal (el que lo tuviere) se enredaba en nudos... ¡cómo no dedicarle 200 líneas! [Y todavía no he mentado el porqué del título de mi entrada. Y no es que tenga que dar explicación alguna, que si alguna explicación os debo, lectores bienamados y bienpensantes, no es otra de por qué no han suprimido mi blog todavía quienes se encargan de ello (los temibles administradores, funcionarios de la Red). Déjenme que me recupere unos instantes con mi querida esposa, que sabe cómo reconducir mi cerebro dedálico y mi ícara verborrea. Hasta entonces, paz y bien, mis semejantes, mis hermanos).

Homenaje al árbol del borracho











Cum res animun occupavere, verba ambiunt
(Séneca, Controversias)

Así como el cordobés Séneca nos enseña que las cosas cuando llegan al alma, las palabras salen solas, así la vida se recorre a tientas, tocando las mañanas, oliendo la nocturna... sintiendo el horizonte (me disculparán que esta frase no la traslade al latín, que se las trae, la muy sentencia, entre otras razones porque mi latín sólo lo hablo con plantas y flores, y no siempre y con el mismo acento. Depende más de la planta).
Una de esas cosas a las que el sabio (y yo, qué coño) se refería, es un árbol muy peculiar (su nombre culto es Chorisia y pertenece a la familia -¡qué gran institución!- de las bombáceas. Es conocido vulgarmente, según tribu, por diversos y cariñosos apelativos. Desde el que da título a esta entrada, palo borracho -por su característica forma de botella- toborochi, yuchán, algodonero, palo botella, palo barrigudo, samohú, samuhú, ñandubay, o painero. [Intenten decirlo todo de corrido y ya verán qué cara se les queda]... y aunque crece más bien en los bosques cálidos y húmedos de las regiones tropicales y subtropicales de América Central y del Sur (generosa Wikipedia), del que yo escribo y recuerdo (escrivivo) se encuentra en Valencia, y, aquel día en que nos conocimos, el borracho era yo y el árbol, él, que quede claro. Nuestro vínculo nació fresco, como la mañana levantina, natural y espontáneo, y debido a mi esbornia de muy padre señor mío, en un principio creí que había dejado embarazo al tronco de tan abombado que estaba, y de sus púas, pensé que saldría criatura amorfa y ya marginada. Comprendan que durante toda aquella noche, mezclé vino (merlot de crianza de Utiel -Requena-, que a primeras horas y a primeras copas, suelo tener clase), licores varios (orujos, blancos y de hierbas, para mejor digerir el conejo a la cazadora que me metí en la andorga), y, para terminar, aunque nunca lo hiciera del todo, caldos escoceses de pura malta (a 10€ copazo, según marca... según marca del whiskey, no el tabernero, que todo hay que explicarlo, carajo). Así que imaginen en qué estado entablé conversación con ejemplar arbóreo tan soberbio como sobrio. No habré de explicar de qué charlamos, pues a mí se me entendía mal y el árbol, aturdido como estaba ante la escena humana y a su natural costumbre de apartar a extraños con sus endiablados clavos, sólo pudo pronunciar, en antiguo verbo, una exclamación de sus robustas ramas... algo parecido a o se aleja de mí, borracho inmundo, o llamo inmediatamente a la policía. Aunque procuré mantener el tipo (el de duro), me desanimé cuando comprobé que se había dado la vuelta para no escucharme más, en actitud de estudiante herido en su orgullo o castigado, según se mire.
Desde entonces no bebo ni gota de alcohol, ni falta que hace (más tarde leí en alguna parte que el Palo borracho no necesita apenas agua para soportar su recio porte y que crece ágil y sano si no hay viento que lo entorpezca). Yo mismo me hice sobrio y amigo de aquél que supo tratar como es debido a despojos y piltrafas callejeras con ganas de incordiar el bien merecido descanso de los seres vivos. Siempre que puedo, vuelvo a visitar a mi ilustre compañero de jarana, a quien puse de nombre, Jacinto, por ser éste impronunciable cuando estoy bebido más de lo debido (prueben, si no), procuro no abrazarle muy fuerte (véase foto superior izquierda) y le digo unas palabritas a modo de salve (quien pueda) o ditirambo:

Aquí yace tu hermano de sangre
en el vulgar nombre
,
cuya alma es como tus hirientes púas,
y se derrama

cálida
sobre la hojarasca
.