sábado, 18 de abril de 2009

El abismo de ti mismo

¿Qué tendrá esto de la conciencia que te empella hacia el abismo de ti mismo? Una vez estás ante el cantil, te contemplas en pánico y compruebas, no sin desaliento, que eres tú mismo quien ha vivido así de gillipollas, arrogante e ingrato, y decides tirarte al vacío a ver si de una vez por todas se rompe la irresistible magia de vivir por vivir. Pero no hay tu tía. Si te lanzas, descubres que la caída (hostia libre, que yo llamo, porque me da la gana) sólo es momentánea (como una borrachera exagerada y lagunera); si por miedo te quedas al pie del abismo, vislumbras a lo lejos todo lo que te queda por saber de ti mismo y no te gusta, como no te hace mucha gracia todo lo que ya has vivido. Es una gran y jodida broma que la vida en sí te gasta a ti per se (o por ti). Si se percatan, es como un terrible y cansino círculo, donde el origen es uno mismo y acaba en un mismo, coñazo e imperturbable, como una estatua o quimera (lo mismo da que da lo mismo) que te mira fijamente porque, en realidad, es un espejo. Y yo no especulo con paradojas: la estatua o quimera (lo mismo da que da lo mismo) eres tú. Conciencia pura y dura. Créanme... si se la encuentran por un casual, no piensen que se trata de la mía, detective al uso, sabueso incansable, sino la suya que les persigue. No se apuren, es un juego inmortal, donde nadie pierde ni gana, pues pierda o gane la conciencia o tú, el caso es que la partida acaba contigo y en ti, y vuelta a empezar. ¿Divertido? No tiene ni puta gracia. He dicho.