viernes, 30 de enero de 2009

Va de nudos (Parte I)

Dejen por un momento lo que estaban haciendo. ¡No! Quiero decir que me presten atención (¡anda qué! Me-nudo vendedor soy de mi blog): piensen o, mejor, recuerden aquella vez en que dejaron unas cadenitas (de ésas del cuello) en una gaveta del escritorio o en un cajón o, mismamente, donde se suelen guardar estos abalorios, en un cofrecillo o joyero al uso. Pasadas unas horas, puede incluso que minutos, las cadenas salen anudadas de tal forma que necesitas llamar a un cerrajero para lograr devolverlas a su estado natural, bello y útil. Quien dice cadenas, dice cordones, cables, bramantes, sogas, hilos...
Son los nudos, amigos míos, pequeños diablillos, locos de atar que campan por sus respetos a la menor oportunidad que se les brinda (descuido o exceso de confianza del incauto "desencadenador"). Los hay marineros, hechos con soltura, gracia y esmero y arte, que algunos son como ponerlos en clave matemática (de hecho es un término que se usa habitualmente en esta ignara e ignota ciencia, incluso hay una teoría de suyo), con nombres muy guasones algunos, como el nudo de la abuelita, otros étnicos y con algo de mala leche (nudo cabeza de turco), los hay corredizos, de empalme, el calabrote (que es palabra quevediana) de gaza (fijos y que no deslizan, no como los que se lían en la zona maldita de Israel y que tan malas noticias traen y llevan, con sus muros de lamentaciones y muerte, sangre y fatalidad), el puño de mono, que hay que verlo para creerlo; están también los de corbata (y no me hagan bromas, que las conozco todas)... yo prefiero el Windsor (me lo enseñó el padre al cumplir los dieciocho, éste y aquel otro que utilizaba para las bolsas deshechables para que ocuparan menos en la basura de todos los días), pero los hay de fantasía o de lazo, como el Eduardo VII, el doble, el cruzado clásico o el Ascot de Seda... Otros los hacen los montañeros o montaraces andadores de cumbres, y, para no quedarse cortos, los médicos practican los nudos quirúrgicos con intención de sanar, los pescadores para sus artes y nasas, los pastores para su oficio trashumante... Y los escritores (escrivividores como yo) se hacen la picha un nudo hasta que logran decir lo que venían a decir. En fin, y disculpen, será por nudos. Toda una historia repleta de nudos (el gordiano sin ir más lejos, de hecho, está lejísimos) y nudillos (pero éstos son otra cosa y sangran al ser usados), menudos y menudillos, haberlos haylos, des-nudos (algunos dignos de versos, otros, mejor beber de las aguas del Leteo que ayudan a olvidar). Y, por último, qué me dicen del cordón umbilical (origen y vínculo, alimento o trasto de traseras de ciertas clínicas al uso y abuso) que en algunos fetos se les anuda e intrinca, haciendo más difícil el alumbramiento.
Nudos, benditos nudos, algunos antropólogos creen que son antes del hombre, pues la naturaleza, sabia, al fin, como suele decirse, ya los formaba con lianas y ramajes, y el pelo del animal (el que lo tuviere) se enredaba en nudos... ¡cómo no dedicarle 200 líneas! [Y todavía no he mentado el porqué del título de mi entrada. Y no es que tenga que dar explicación alguna, que si alguna explicación os debo, lectores bienamados y bienpensantes, no es otra de por qué no han suprimido mi blog todavía quienes se encargan de ello (los temibles administradores, funcionarios de la Red). Déjenme que me recupere unos instantes con mi querida esposa, que sabe cómo reconducir mi cerebro dedálico y mi ícara verborrea. Hasta entonces, paz y bien, mis semejantes, mis hermanos).

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