[Habla el marinero]
"Yo que anduve sobre las aguas, menudo elemento,
me dispongo a traerme los vientos de mañana,
al hogar de siempre: mi infancia de Navarra.
Que nada tuve y con nada me viajo a la Nada.
Nadie diga que se hundió mi quilla, ni en broma,
ni en rémora me lo digan, ni aun de veras,
que soy y fui Gabino y no se me caen las anclas.
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Soy un aristócrata del mar, pero del mar travieso,
mi nobleza está grabada sobre el trinquete,
y la mesana es fiel testigo de mi alma (mal) gastada.
Sólo las huellas en la amurada sobrecogida
invocan mi nombre cuando la galerna amenaza.
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Estoy a punto de irme, a punto y dispuesto,
no sin antes entregar la nostalgia y el miedo.
No sin antes bramar con sangre y sin despecho,
a las noches aciagas que me nacieron entero.
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Sólo me envanecen los amigos que tuve y tengo:
La pasajera tripulación de mi coraza de proa.
con la popa no me entiendo y su estela me lacera,
la mirada agaviotada y a la deriva blanca.
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Tengo tantas dársenas y pantalanes y radas
en las roídas rodillas, que me tamborilean
los recuerdos y se me abren de nuevo las llagas:
(El terral levantaba las faldas de las mujeres que no amé
Amé tantas mujeres que no me amaron siempre.
Amé tanto y para nada o fue todo y me equivoqué.).
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El malecón hacía aguas a mi paso, malecón de piedra.
Los muertos danzaban con el vaivén de mi ausencia.
Yo siempre volvía, siempre que me devolvieran,
siempre que me llamaran, siempre y a toda vela.
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¿Habéis mirado alguna vez las turbias aguas, densas,
vertiginosas del vertizonte inquieto, inquietante?
hay que aferrarse a la invertida nostalgia,
verterse como una lágrima tiránica y antigua,
derramarse sin tregua como la sangre primera,
chasquear la lengua, pedir custodia a los ojos,
hincar los huecos y rehendijas del ánimo,
gritar adiós y volverse sobre sí mismo
y hasta siempre.
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Lo supo la mar que tanto sabe, tiene y guarda.
La mar que despedí desde mi butaca.
La mar, ¡qué mar!, a mar huelen mis huesos,
polvareda viajera que se arrastra."
[Lástima que todo este poema que fue escrito con admiración, se haya hundido en las pelágicas aguas del desprecio. Era mejor en el océano que en tierra; este hombre firme y seguro de sí, torció su noble gesto cuando llegó a puerto y se quedó allí y allí trabó amistad con otro hombre de lealtad inquebrantable, de abrazo y palabras sinceros, que no aparece en los versos, pero que, en cierta forma, navega sobre ellos, con más rumbo y gobierno que cualquier maniobra del aquí retratado. Lástima y adiós, viejo, que te vaya bonito (del norte, faltaría más).]