[NOTA: pronúnciese "Soj" o "Suag", como si se tratara de un esputo]
Allende las eminencias televisivas, surge un animal periodístico de proporciones bíblicas, cuyas alas de gigante como El Albatros de Baudelaire "le impiden caminar" con la soltura y la elegancia propias de los de su clase, sobre superficies de barro, como las de aquende, es decir, la prensa escrita (cuentan que Dios expulsó primero a un gacetillero del Paraíso antes que a Adán y Eva, por hacer demasiadas preguntas y, sobre todo, por dar demasiadas respuestas). Tal animal, bípedo, para más señas, y con pelo, revuelto y alborotado, según estación, aterrizó, mal y pronto, sobre los ingenuos y mal encarados individuos de LA ENTERADILLA (diario político, económico y religioso, y no siempre en este orden), hordas degeneradas y corruptas procedentes del primer hombre que habitó el Edén y por poco se lo carga. Al peludo y con dos patas se le conoce como Ciudadano Soig. Sea bienvenido, que falta nos hacía un poco de cordura y savoir faire, alguien que penetrara en las seseras vacías de estos rapsodas de la nada y les mostrara la luz envidiosa que emana del conocimiento. Un William Randolph Soig a la altura de los difíciles y penosos momentos que vive el periodismo de hoy.
No fue fácil para El Ciudadano adaptarse a los cambios que él mismo tenía previsto y aún menos explicarle a la caterva de plumillas, idiotizada por los muchos años de ejercicio de profesión tan absurda como inútil, todas aquellas ideas que bullían en su cabeza como pócimas de bruja y que hacían que su pelo se encrespara y se enrabietara (como el de los gatos cuando se asustan o como el vello de mi antebrazo, tupido y tenaz, al escuchar un aria del ya ausente Carusso); los ojos salíansele de las órbitas (a un paso estuve de escribir "cuencas"), y espumarajos por doquier (como en un TBO). La imagen de aquel pobre hombre, con tantas cargas y un único cargo, daba repelús y un pelín de lástima... pero los días pasan como los cuervos por el bosque, con hambre y ruido, y todo aquello se tornó fea lid en un campo de agramante (akeldama, en arameo, donde dicen que murió Judas el Iscariote. Y lo menciono, porque el del beso traidor y las monedas de plata, se reencarna siempre, cada cierto tiempo, según situación y época históricas, en un hombre con ínfulas de grande, que hace de las suyas, sin poder ni querer evitarlo, dejando tras de sí una estela y un tufillo de hijo de puta rampante y altivo). Los contendientes, como no podía ser de otra forma, fueron el susodicho y carismático Soig y toda su hueste de apestados tiralevitas y juntasílabas, y los penosos y medianos Hermes de hoy en día, entre los que me incluyo (me incluí, entonces) por no haber otra especie que me acogiera y alimentar.
Meses duró la batalla, fría y silenciosa como azor sobre la liebre; algunos cayeron antes casi de empezar la refriega, otros abandonaron (pasándose al enemigo con información valiosa), poniendo cara de haber roto toda una vajilla de porcelana, herencia de la abuela; muchos aliviaban sus penas y dolores con el caldo que embriaga, de entre éstos, unos conversaban, peripatéticos, filosofando sobre la condición humana y el arte de la guerra... y, finalmente, los más aguerridos (héroes siempre ingenuos pero muy capaces) se lanzaban como moscas al parabrisas del coche fantástico del señor Soig y sus secuaces.
Como suele pasar en estas breves pero intensas pequeñas historias, la Historia acongoja con su sombra estilizada y manifiesta, ayudando no poco (como el crudo invierno a los rusos en sus peleas con franceses y alemanes, según daba o recibían) a uno de los ya hartos combatientes. Soig y sus muchachos, amparados por una crisis financiera de aúpa, un miedo de empresario (que debiera estar descrito y clasificado en los manuales de paranoia colectiva) y una mala hostia, malos modales y puñaladas esquineras varias y certeras (congénitos en algunos seres encrespados y con la sangre corrompida) lograron acabar con la débil resistencia de unos pocos ilusos y mal pagados (había que verles, con su hacha de guerra medio rota, unas arengas de militar curtido y estrategias de andar por casa, de ésas que si se tiran a la basura, nadie dice ni mu), saliéronse con la suya (que nunca es nuestra, vaya por Dios) y, sin comerlo ni beberlo, se rejuntaron (Dios los cría y... ya se sabe) como la mancebía o la cohabitación francesa, e hicieron de su capa un sayo, se pusieron LA ENTERADILLA por montera, camparon por sus respetos y no dijeron esta boca es mía.
Los vencidos (Vae victis) se desperdigaron: huyeron unos a la aldea familiar, donde serían acogidos con recelo (el dinero es el dinero), otros guardaron como la hormiga y sobrevivieron con menos, pero lo hicieron; y los más, como la cantarina y cantamañanas cigarra, creyendo que todo es verano (o el monte, orégano, o lo que reluce, oro) dilapidaron su escasa fortuna y en manos del Destino quedaron. Lástima da verlos ahora, por las calles semidesiertas, hambrientos, y mendigando nóminas y contratos (sin trato, también) indefinidos.
Ciudadano Soig y sus correligionarios viven felices, comiendo perdices y cogiéndose cogorzas de bávaros y cosacos juntos, riéndose a carcajada limpia y repartiéndose las migajas que la lucha fue dejando, con más pena que gloria, mas vencedores al fin, gritan el nombre de su líder, aunque no sepan pronunciarlo, elevan preces al Señor, su Dios, y claman con lágrimas gordas tiempos pretéritos para recibir mejor los que quedan por venir.
¡Tres hurras por Citizen Soig! ¡Hip, hip, hurra! Y así, otras dos.
Allende las eminencias televisivas, surge un animal periodístico de proporciones bíblicas, cuyas alas de gigante como El Albatros de Baudelaire "le impiden caminar" con la soltura y la elegancia propias de los de su clase, sobre superficies de barro, como las de aquende, es decir, la prensa escrita (cuentan que Dios expulsó primero a un gacetillero del Paraíso antes que a Adán y Eva, por hacer demasiadas preguntas y, sobre todo, por dar demasiadas respuestas). Tal animal, bípedo, para más señas, y con pelo, revuelto y alborotado, según estación, aterrizó, mal y pronto, sobre los ingenuos y mal encarados individuos de LA ENTERADILLA (diario político, económico y religioso, y no siempre en este orden), hordas degeneradas y corruptas procedentes del primer hombre que habitó el Edén y por poco se lo carga. Al peludo y con dos patas se le conoce como Ciudadano Soig. Sea bienvenido, que falta nos hacía un poco de cordura y savoir faire, alguien que penetrara en las seseras vacías de estos rapsodas de la nada y les mostrara la luz envidiosa que emana del conocimiento. Un William Randolph Soig a la altura de los difíciles y penosos momentos que vive el periodismo de hoy.
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No fue fácil para El Ciudadano adaptarse a los cambios que él mismo tenía previsto y aún menos explicarle a la caterva de plumillas, idiotizada por los muchos años de ejercicio de profesión tan absurda como inútil, todas aquellas ideas que bullían en su cabeza como pócimas de bruja y que hacían que su pelo se encrespara y se enrabietara (como el de los gatos cuando se asustan o como el vello de mi antebrazo, tupido y tenaz, al escuchar un aria del ya ausente Carusso); los ojos salíansele de las órbitas (a un paso estuve de escribir "cuencas"), y espumarajos por doquier (como en un TBO). La imagen de aquel pobre hombre, con tantas cargas y un único cargo, daba repelús y un pelín de lástima... pero los días pasan como los cuervos por el bosque, con hambre y ruido, y todo aquello se tornó fea lid en un campo de agramante (akeldama, en arameo, donde dicen que murió Judas el Iscariote. Y lo menciono, porque el del beso traidor y las monedas de plata, se reencarna siempre, cada cierto tiempo, según situación y época históricas, en un hombre con ínfulas de grande, que hace de las suyas, sin poder ni querer evitarlo, dejando tras de sí una estela y un tufillo de hijo de puta rampante y altivo). Los contendientes, como no podía ser de otra forma, fueron el susodicho y carismático Soig y toda su hueste de apestados tiralevitas y juntasílabas, y los penosos y medianos Hermes de hoy en día, entre los que me incluyo (me incluí, entonces) por no haber otra especie que me acogiera y alimentar.
Meses duró la batalla, fría y silenciosa como azor sobre la liebre; algunos cayeron antes casi de empezar la refriega, otros abandonaron (pasándose al enemigo con información valiosa), poniendo cara de haber roto toda una vajilla de porcelana, herencia de la abuela; muchos aliviaban sus penas y dolores con el caldo que embriaga, de entre éstos, unos conversaban, peripatéticos, filosofando sobre la condición humana y el arte de la guerra... y, finalmente, los más aguerridos (héroes siempre ingenuos pero muy capaces) se lanzaban como moscas al parabrisas del coche fantástico del señor Soig y sus secuaces.
Como suele pasar en estas breves pero intensas pequeñas historias, la Historia acongoja con su sombra estilizada y manifiesta, ayudando no poco (como el crudo invierno a los rusos en sus peleas con franceses y alemanes, según daba o recibían) a uno de los ya hartos combatientes. Soig y sus muchachos, amparados por una crisis financiera de aúpa, un miedo de empresario (que debiera estar descrito y clasificado en los manuales de paranoia colectiva) y una mala hostia, malos modales y puñaladas esquineras varias y certeras (congénitos en algunos seres encrespados y con la sangre corrompida) lograron acabar con la débil resistencia de unos pocos ilusos y mal pagados (había que verles, con su hacha de guerra medio rota, unas arengas de militar curtido y estrategias de andar por casa, de ésas que si se tiran a la basura, nadie dice ni mu), saliéronse con la suya (que nunca es nuestra, vaya por Dios) y, sin comerlo ni beberlo, se rejuntaron (Dios los cría y... ya se sabe) como la mancebía o la cohabitación francesa, e hicieron de su capa un sayo, se pusieron LA ENTERADILLA por montera, camparon por sus respetos y no dijeron esta boca es mía.
Los vencidos (Vae victis) se desperdigaron: huyeron unos a la aldea familiar, donde serían acogidos con recelo (el dinero es el dinero), otros guardaron como la hormiga y sobrevivieron con menos, pero lo hicieron; y los más, como la cantarina y cantamañanas cigarra, creyendo que todo es verano (o el monte, orégano, o lo que reluce, oro) dilapidaron su escasa fortuna y en manos del Destino quedaron. Lástima da verlos ahora, por las calles semidesiertas, hambrientos, y mendigando nóminas y contratos (sin trato, también) indefinidos.
Ciudadano Soig y sus correligionarios viven felices, comiendo perdices y cogiéndose cogorzas de bávaros y cosacos juntos, riéndose a carcajada limpia y repartiéndose las migajas que la lucha fue dejando, con más pena que gloria, mas vencedores al fin, gritan el nombre de su líder, aunque no sepan pronunciarlo, elevan preces al Señor, su Dios, y claman con lágrimas gordas tiempos pretéritos para recibir mejor los que quedan por venir.
¡Tres hurras por Citizen Soig! ¡Hip, hip, hurra! Y así, otras dos.
No tengo ni idea de a quién puedes referirte, pero semejante personaje haría un favor a la humanidad si se retirase al extremo más recondito de este mundo, ¿no crees?. ¡Ánimo!, que mos queda la ilusión de que van quedando menos; aunque como decía mi abuela: - toda la vida matando tontos y nunca se acaban -.
ResponderEliminarYo tampoco tengo ni idea del tal Soig, ni del contencioso que odormeció su concienci, fustigando LA ENTRADILLA. Creo que usted salda una deuda sentimental por algún amor perdido, aunque lo haga como los ángeles y con con un comedido resentimientos. Usted, probablemente, ya no sufra ese mal de amores. Siga escribiendo para entrener los sentidos de muchos.
ResponderEliminarPor qué toma usted historias tan enrevesadas para la hablar de lo universal.
ResponderEliminarel albatros de Bodelaire es mi poema favorito y sabia que te identificabas como buen poeta...eta...eta...eta, todo smis comentarios tiene eco...eco...ecoooooo.....
ResponderEliminarSabio (por triste) apólogo, amigo. Y los "contratos sin tratos" son como el resumen, la cifra de él.
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