Hace algún tiempo (corrían los años del desagrado y la confusión) conocí a un individuo sin nombre ni domicilio fijos, con cara de pocos amigos (a decir verdad, conservaba uno de la infancia con el que no se hablaba porque, entre otras razones, no sabían dónde encontrarse) y unas ganas terribles de hablar. Por aquel entonces yo era apocado (poca cosa, vaya), triste (a la manera romántica, es decir, un tanto, falsa) y bohemio tirando a despropósito humano (expresión paterna convertida con el paso de los años en saludo familiar). Llevaba bajo el brazo un mamotreto ajado por el uso, cuyo título recordarán sólo aquellos que tuvieran por costumbre, primero, leer, y, más importante, alardear de lo leído: "El oficio de escrivivir". Aquella mañana, precisamente, no andaba yo muy católico, entre perro abandonado y actor venido a menos, con cuatro copas de más y un pie fuera del estribo. Era otoño y venía con mala uva, el otoño, se entiende, aunque yo no le iba a la zaga. Me senté en un banco retirado del bullicio de unas palomas y un par de urracas bien alimentadas y se me acercó el señor del principio con una sonrisa antigua y unos no dientes, sin permiso.
- Tenga usted buenos días. ¿Importuno?
- No sabría decirle, pero gracias.
- Continúe con lo que estaba haciendo.
- Eso hago, buen hombre.
- Hasta mañana, entonces.
Y así surgió la muy comentada amistad entre un servidor y Mr. Blog.
- Eso hago, buen hombre.
- Hasta mañana, entonces.
Y así surgió la muy comentada amistad entre un servidor y Mr. Blog.
Es una presentación magnífica. Espero que tengas muchas visitas que te aporten cosas buenas y nuevas, o nuevas y buemas ... ya sabes mi querido conocido o desconocido
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